JUAN BARJA EN SU OCTAVO DÍA

Pocas veces se tiene el privilegio de disfrutar de una sorpresa, una vuelta de tuerca tan feliz como la que estos poemas suponen en la obra de Juan Barja. Hace apenas tres años venía de publicar en Abada, entre tantas valiosas traducciones, los dos tomos de Música Blanca, las 1.655 páginas de su “poesía reunida,1969-2021” y considerándolo un broche final, tan completo como exhaustivo, ni sus amigos ni lectores esperábamos nada más. Pero entonces, con el Génesis concluido, en vez de descansar como Dios manda, nos regala un inesperado El octavo día, tan acertado el título, que parece dirigido a poner en cuestión su creación previa. Sin explicaciones, justificación ni medias tintas. Escritos en los últimos cuatro años, los poemas de El octavo día ocupan 850 páginas, la mitad que sus obras completas que abarcaban cincuenta, a las que nada o muy poco se parecen. Vaya por delante que publicar libros de poesía de tan ciclópeas dimensiones sería muy difícil si no hubiera fundado antes su propia editorial, esa otra obra magna que es Abada, hoy una referencia en ensayo, filosofía, arte y poesía, dirigida por Fernando Guerrero. Pero volvamos a El octavo día, un sindiós que al propio Barja le cuesta explicarse, y así lo reconoce, como hablando de otro en “Género y estilo”, escondido en la página 553:

Se diría que su mano se ha independizado al escribir…
Han desparecido las imágenes, al igual que las metáforas
… y sus textos se han vuelto narrativos o satíricos o epigramáticos,
todo eso a lo que antes se ha negado porque quizás no le interesaba.
Se ha esfumado la lírica y le invade lo que se llama “mundo” simplemente.
Justamente, cuando él ya está a punto de salir.

¿Es ese “estar a punto de salir”, la razón de la nueva desnudez, el prescindir de imágenes y metáforas, el hablar narrativo, que se esfume la lírica y que como poeta se deje invadir por las cosas “del mundo, simplemente”? Aunque la lírica no se ha esfumado ni tampoco la ambición creadora. Perplejidad, rebeldía y negación, Nietzsche y Hegel, Benjamin, Pessoa, inspirador del heterónimo que es su nueva voz, Dante, Rilke, filósofos y poetas que ha traducido, están más que presentes en El Octavo día, pero de otra forma, como quien se despide familiarmente, con cariño, sin pose alguna y con aceptación. “Lo primero aceptar… Lo décimo aceptar” escribe en su Decálogo. “Querido Schiller: los cuellos de botella son la causa de que todavía existe el corcho…”, invita a reconciliarse consigo mismo al poeta romántico, como a sus contemporáneos nos libera en Castigos de culpa original:

… Entrar al mundo hizo necesario infringir el mandato,
damos gracias por ello a la serpiente
como damos también gracias al ángel
por cerrarnos, después, la retirada…

“Si es buena la ocasión ¡Quema las naves!”, insiste otro poema, aunque a quien nada le agradece sea al Creador, villano por antonomasia en este libro: “Dios el obscuro fue a la oficina de correos para poner al hombre un telegrama…”, comienza un poema. “A Dios nada le pido – remarca otro-, cuando vine a este mundo él ya dormía”. De nuestra generacional educación nacional-católica, con sus escasas luces y muchas sombras, aprovecha muy bien su rico imaginario, a lo que suma la experiencia vital, la novedad de tener todo el tiempo para escribir y leer, su vieja afición por las paradojas y una nueva mirada compasiva que aflora en todo el libro:

Alabemos el mundo en todo caso.
La razón es sencilla
para que sea de este o de aquel modo
lo realmente preciso es que haya mundo…

Están, cómo no iban a estar, la enfermedad y el envejecer, llevados con punzante estoicismo, pero también los pájaros que escucha cada día, los árboles y el paso de las estaciones, la vida en el jardín de su casa de Los Molinos… y ese compañero de su nueva vida, presente en varios poemas, “lo que ve el animal, no lo ves tú…”, el primer legatario en su Testamento:

A mi perro Tron dejo los libros,
Para Mencha mi ausencia…
a San Pedro mi traducción de Dante
… Las deudas se las dejo a mis amigos…

“¿Has abandonado la belleza, es decir, el intento de encontrarla en lo que puede ser la poesía?” se pregunta en uno de los poemas-clave para entender su nueva transparencia poética.

Todo lo que escribes es normal
-común, banal incluso
y quizás de modo intencionado
aunque hayas escrito más de cincuenta años de otra forma

Finge reprochárselo en otro, hasta un verso final en el que nos descubre que sabe muy bien, pese al quizás, porque son tan valiosos y distintos estos nuevos poemas:

Pero quizás ahora lo normal sea lo más auténtico.

Y eso es Juan Barja en su octavo día.

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