Un político encarcelado por corrupción ajusta cuentas con su vida y su época, con el partido y con su colegio, que fue el mismo elegido por Franco para que estudiasen sus nietos.
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Amazon, 2022
“De nada me arrepiento”, clama Martínez tras las rejas de Soto del Real, como tantos otros corruptos que ven de golpe expuestos sus trapos sucios a la luz pública.
Pero la cárcel es mucho más que un lugar claustrofóbico donde todo está regulado, los móviles prohibidos y los cerrojos se echan desde fuera. Lo peor de la cárcel no es el abandono de amigos y compañeros, después de haber servido a tu país como diputado por Madrid durante cinco legislaturas. Ni siquiera pasar a vestir chándal y tener que aprender a sobrevivir entre los excluidos de la sociedad, tras tanto tiempo siendo un patanegra del partido, artífice de las grandes victorias del centro derecha.
Lo peor de estar encerrado son las horas muertas y para llenarlas comienza Martínez a escribir sus airadas memorias, disparando contra todo y contra todos, incluido el colegio del que tanto presumió siempre. El Santa María del Pilar, el mejor entonces, donde el hijo de dentista que era, uno más de la clase media del barrio, coincidió en los años sesenta con la élite del final del franquismo y hasta, en la misma aula, con Francis Franco.